Mientras Estados Unidos y China se enfrascaban —una vez más— en una escalada de aranceles que ha afectado a países como Chile, una inesperada batalla estallaba en otro frente: TikTok. En esta plataforma, que parecía inofensiva frente al músculo político de las potencias, fabricantes chinos comenzaron a revelar un secreto que ha sacudido los cimientos de la industria del lujo: muchas de las piezas por las que se pagan miles de dólares en París o Milán nacen, en realidad, en fábricas del gigante asiático… a una fracción del precio.
Lo que comenzó como una guerra comercial con castigos arancelarios —Trump impuso tasas de hasta 125% a productos chinos, y China respondió con un 84% a bienes estadounidenses— terminó desatando una crisis de confianza en las grandes marcas de lujo.
Fabricantes como @wangsen o @lunasourcingchina, con millones de visualizaciones, mostraban desde sus talleres carteras, relojes y accesorios que afirmaban haber producido para marcas como Hermès, Gucci, Prada o Louis Vuitton. Y lo decían con claridad: un bolso Birkin, que puede costar hasta $38 mil dólares en una boutique (app unos $35.849.056 de pesos), se fabrica por menos de $1.500 (app unos $1.415.094 de pesos). El verdadero golpe no fue económico, sino simbólico.
Pero el asunto no se quedó solo en redes. Incluso, la polémica aterrizó en nuestros televisores, cuando Adriana Barrientos —conocida como una de las mayores consumidoras de Louis Vuitton en el país— protagonizó un tenso cruce en pantalla con la influencer @fran.plaays, quien es conocida por sus compras a proveedores chinos. La influencer mostraba como estos productos son iguales a los originales, mientras Barrientos defendía con uñas y dientes el valor simbólico, la experiencia que ofrece una marca de lujo y que son creadas en Europa.
Más allá de este cruce farandulero, los efectos de esta “cachetada de guante blanco” brindada por China a Estados Unidos sin duda se ha colado en el consumo global, y también en la reputación de marcas consolidadas.
En entrevista con revista Sarah, la abogada e influencer de moda de lujo, Maria José Aravena, puso paños fríos a la discusión: “No es cierto que todas las marcas de lujo manufacturan en China, y varias de las aristas que se exponen en esos videos no se sostienen del todo”, advierte.
“Por ejemplo, se muestran carteras Chanel fabricadas en pieles exóticas cuando la marca no produce este tipo de artículos desde 2018. Lo mismo pasa con colores de Bottega Veneta que nunca han existido en tiendas oficiales. Eso apunta más a un mercado de réplicas muy sofisticado, pero no por eso menos ilegal”, detalló.
Asimismo, explicó que en Italia se “exige que todo producto certificado como ‘Made in Italy’ haya sido confeccionado completamente en el país. En cambio, Francia permite que se etiquete como ‘Made in France’ si la última transformación sustancial del producto ocurrió allí, lo que abre la puerta a ciertos procesos externalizados”.
La intención de estos videos no es solo exponer una injusticia: también buscan reivindicar la calidad de la manufactura china, desafiando la creencia de que “lo hecho en China” es sinónimo de baja calidad.
Para muchos de estos fabricantes, se trata de un acto de justicia simbólica frente a los bajos salarios, la falta de reconocimiento y el aprovechamiento de las grandes marcas que, durante años, han lucrado sin dar crédito a quienes realmente crean los productos.
El economista y docente investigador del Centro de Investigación de Empresa y Sociedad de la Universidad del Desarrollo, Carlos Smith, detalló que este movimiento es “una señal” que “tiene que ver con decir que no todos los chinos son malos”.
“Es darnos cuenta de que ellos pueden producir cosas muy buenas, pero también cosas muy malas”, dijo.
En la industria del lujo, el precio no se define únicamente por los materiales o la mano de obra, sino por lo que representa el producto. Es decir, se paga más por el estatus que por el objeto en sí. El sociólogo Thorstein Veblen lo llamó “consumo conspicuo”: comprar para aparentar.
Esta lógica permite a las marcas inflar los precios miles de veces sobre su costo de producción, algo que ahora está siendo visibilizado por quienes han permanecido anónimos durante décadas: los mismos fabricantes.
Smith explica que las marcas de lujo buscan aprovechar las ventajas competitivas, como el bajo costo de la mano de obra, para fabricar sus productos, sin que esto necesariamente implique una baja en la calidad. «Quieren mostrar lo que hacen muchas marcas que terminan fabricando donde hay ventajas competitivas, particularmente en el valor de la mano de obra«, afirma.
Sin embargo, advierte el académico que esta exposición puede tener un efecto negativo: «Muestra que el valor que se le paga a los trabajadores en China no se condice con el valor que se vende el producto en otros países», lo que podría generar desconfianza entre los consumidores de lujo.
La abogada deja clara su posición sobre la calidad de producción en Asia: “Esta polémica viene a derribar esa antigua idea de que lo hecho en China es sinónimo de baja calidad. Hoy es un referente mundial de eficiencia y excelencia en confección”.
Sin embargo, es enfática en precisar que en el ámbito legal podría haber algunas consecuencias: “Depende de las leyes que rigen el contrato. Cada país tiene su propia reglamentación, pero en términos generales, la mayoría de los contratos de este tipo estipulan cláusulas de confidencialidad que obligan a mantener bajo estricta reserva todo el proceso productivo. Si no se cumple, la consecuencia puede ser el pago de grandes sumas de dinero o incluso la finalización inmediata del contrato”, afirma.
Recordemos que en Chile, aunque la compra de productos falsificados para uso personal no constituye un delito, sí existen importantes implicancias legales que vale la pena considerar. La Ley N° 21.355, conocida como la “Ley Corta de INAPI”, fortalece la protección de las marcas y tipifica como delito la falsificación, importación y comercialización de productos con marcas falsificadas. Esta norma contempla penas que van desde reclusión menor en su grado mínimo a medio, así como indemnizaciones por daños y perjuicios, que pueden ser reemplazadas por una suma única determinada por el tribunal.
La exposición de estos secretos ha abierto un nuevo frente en la guerra comercial: el de la percepción. Mientras las marcas de lujo enfrentan el riesgo de perder credibilidad, los consumidores se ven obligados a cuestionar qué están comprando realmente y por qué.
Para Aravena, el tema es más complejo de lo que parece: “Como consumidores, es lógico querer saber qué estamos comprando, pero las leyes de libre mercado permiten cierto grado de reserva por parte de las marcas, sobre todo en lo que respecta a propiedad intelectual. Un ejemplo clásico es la receta de Coca-Cola. ¿No querríamos saber qué bebemos? Sin embargo, su secreto es parte de su éxito”, explica.
En ese sentido, el académico advierte que la desconfianza puede afectar directamente las ventas, no solo de las marcas de lujo, sino también: Nike, Adidas, Puma, Lululemon, entre otros: «Uno empieza a dudar… ¿Voy a pagar 30.000, 40.000 euros por una prenda cuando, eventualmente, puedo pagar 5.000 que puede que sea la misma?»
En todo caso, el académico cree que el impacto no será homogéneo: «Yo creo que a ciertas marcas va a ser más difícil que los golpes les afecten, pero puede haber un golpe eventualmente en las ventas de algunas de ellas».
“Hay un cambio de paradigma: el consumidor siente una desconexión con el lujo tal como lo conocíamos”, manifestó Aravena.
En tiempos donde la transparencia es valorada tanto como la calidad, estos videos virales podrían cambiar la forma en que entendemos el lujo. Y mientras la tensión entre China y EE. UU. sigue escalando, TikTok se ha convertido en un inesperado campo de batalla donde se redefine qué es auténtico y qué no. #SARAH